Hace poco me enteré de que en un charco hediondo de Lagunilla está creciendo tule (tolli, en náhuatl). También conocida como “junco”, esta planta facilita procesos ecosistémicos y posibilita la biodiversidad.
Supe esto porque un grupo de artistxs y biólogxs ha estado difundiendo información sobre plantas Nativas de las calles. De esas banqueteras, que crecen sin permiso entre los ladrillos o sobre las pérgolas de la estación del metrobús. Es todo un acto de justicia, en esta ciudad imparable, que crezca la hierba.
Baldío se describe como un “laboratorio de paisajismo urbano”. Su propuesta visual y su discurso invitan a detenerse. Nos piden mirar o escuchar o sentir. Su mirada tiene algo zen, como un buen té. Proponen una detenida inquietud, un movimiento observador casi científico y, por último, un acto político: nombrar.
En la entrevista que hizo N+ a lxs miembros de Baldío, Armando Maravilla explica que han pegado ilustraciones de las plantas con sus respectivos nombres científicos, como alternativa a la proliferación de propaganda con la cara de los políticos. Disruptivos, toman por propia mano su derecho a no mirar, a elegir lo que ven.
Pasan casi siempre desapercibidas, pero en el suelo fértil de la Ciudad de México hay cientos de flores y plantas. Nativas de las calles es un proyecto que busca hacer visible esta belleza urbana. pic.twitter.com/pyNJcYgkjK
— nmásmedia (@nmasmedia) March 11, 2025
Byung-Chul Han, otro apasionado de la botánica, también nos propone cerrar los ojos, viajar al jardín. Hay que darnos tiempo para distinguir lo bello, que es aquello que exige ser cuidado.[1] Hablo, como Kakuzo Okakura, de la “adoración de lo bello a pesar de la sórdida realidad de la existencia diaria”.[2]
Este laboratorio supera a Byung-Chul: no son los jardines, sino los baldíos, en los que prolifera más exitosamente la vida. El cuidado no consiste en trazar y tasar, sino en dejar la mayor libertad posible y limpiarlo todo. Esto ya lo enseñaba el Principito, que arrancaba los baobabs para no quedarse sin asteroide. Lo primero es, entonces, saber lo que es y lo que no es maleza.

Ante la imagen del Rancho Izaguirre falsamente reluciente (cruel ironía), entran ganas de apartar los ojos. No voy a decir que hay justicia en no ver las noticias. Hay justicia en no quedarse mirando, en aceptar que algo en las entrañas del mundo se está pudriendo. Tal vez haya que barrenarlo, sacarle los cuerpos de la injusticia, decirlo todo y, sólo entonces, limpiarlo.
Daniel Vega Tavares
[1] Byung-Chul Han, Loa a la tierra: un viaje al jardín, trad. de Alberto Ciria, Barcelona, Herder, 2019.
[2] Kakuzō Okakura, El libro del té, trad. de José Pazó Espinosa, Barcelona, Libros del Zorro Rojo, 2021, p. 7.