La justicia vitalista del juez del derecho pacificador, al realizarla con un enfoque infrarrealista, se ilustra con la mansa regeneración de un tejido humano social, por salvación de sus células vitales.
I. El Necroderecho
El profesor de filosofía del derecho José Ramón Narváez Hernández, jurista mexicano y doctor en derecho por la Universidad de Florencia, Italia, ha desarrollado en su libro #Necroderecho (México, Libitum, 2017), desde un enfoque crítico infrarrealista del fenómeno jurídico, una concepción del Derecho radical, por cuanto se interesa por su naturaleza compleja, es decir, por lo que es y debe ser, mostrando su faceta visible como una herramienta para la realización del máximo valor que es la justicia de la autoridad legal y legítima, pero también de esa cara oculta, como un dispositivo que es siervo de la injusticia de quien detenta la autoridad que se torna políticamente ilegítima, el poder que se traduce en fría ilegalidad y la fuerza que se representa en una manada de hechos salvajes.
Esta concepción de lo jurídico no es dual, legal o ilegal, justa o injusta, positiva o negativa, o bien, blanco o negro, sino que, desde su óptica infrarrealista, es plural, porque aprehende la realidad a partir de sus variadas facetas, como los colores en un arcoíris.
Aunque, siendo honesto, colocándonos en tiempo y contexto, dejando atrás el siglo de las luces, si es que alguna vez eso realmente aconteció a plenitud, el siglo XX y ahora este siglo XXI, más parecido al infierno que al paraíso, nos lo muestra con la radiografía esquelética del color negro, bañado en sangre, o, si se quiere, para ser más optimistas, como en una escala de grises, pero siempre con el cariz de lo necrótico, modelada con la feroz degeneración de un tejido humano por muerte de sus células vitales.
Sapere aude, atrévete a saber, o ten el coraje para usar tu propia razón, pero con consciencia crítica. Esa es la indicación del jurista de la mirada infrarrealista, recordándome a Assassin’s Creed, trabaja en las sombras para servir a la luz: el Necroderecho es un derecho que causa sufrimiento, degenera o mata al género humano. Se trata de un discurso ideológico que disimula, oculta y normaliza, con la finalidad de que los destinatarios del mismo, personas en lo individual o sociedad en lo colectivo, no reparen en el vitalismo, sino en la necrótica que se juega en el campo jurídico, como el pan de cada día de los gobiernos pervertidos.
Esta sustancia necrótica de la cual es víctima la sociedad sin consciencia, se encuentra atravesada y manipulada por diversos factores y actores de variada estirpe, como sus intereses de índole política, económica, jurídica, moral, religiosa, ideológica o fáctica. Es como un campo de batalla, constantemente tensionado, en donde el arma de la legalidad está a merced y es monopolio de un jugador o grupo hegemónico, que no compite, sino que lucha contra grupos contrahegemónicos, por el Statu quo, el control absoluto del Poder.
II. La Justicia Vitalista y las Injusticias Necróticas
Para llegar a la Justicia Vitalista, primero debemos conocer y atravesar los deshumanizados caminos de las injusticias necróticas.
Desde la analítica del Derecho necrótico, sobre el origen y el nacimiento de la justicia, se siembra la semilla de la duda; ésta no es divina, claro está. La justicia, en este [infra]mundo, es fruto del agón, el conflicto, la arbitrariedad, la violencia, el abuso, la crueldad, etc., en definitiva, de los males que padecen las personas y las sociedades, por vicio de las injusticias.
Otra opción para repensar este comienzo en vía negativa, es que la justicia sea algo que esté en estado de suspenso, como dormida en un “noble sueño” o siendo más realistas, capturada en una terrible pesadilla, y su despertar, surja por los gritos de auxilio de la humanidad, ante las atrocidades de un temible príncipe, el Soberano, dictador, que monopoliza el uso y abuso del arsenal, esas armas, aparatos de males, con los que difunde el miedo para conservar su autoridad perversa.
La justicia vitalista y las injusticias necróticas puede que sean casi coetáneas, hermanas, pero no gemelas. Si ese fuera el caso, la diferencia sería que la segunda nació primero, con los ojos abiertos, y la primera nació tan solo después, con los ojos cerrados, ¿un mal justo y necesario? La [In]Justicia así nos lo hace ver: en este tiempo, la humanidad debe caminar, atravesar firmemente las puertas del mal, para llegar y despertar, con una voz cargada de autoridad, gracias a los sufridos avatares de la vida, a la auténtica Justicia, esa que en su vientre engendra un derecho pacificador, salvador y, por eso mismo, humano.
III. Hacia un Derecho Pacificador
El Derecho Pacificador es hijo de la justicia vitalista; su padre es la sangrante humanidad.
En nuestro mundo, caótico y deshumanizado, ¿quién es el redentor?, ¿quién aplica el derecho pacificador, cuyo fundamento es la justicia vitalista?
La humanidad le recuerda al Poderoso que, en un “Estado de Derecho”, existen otros poderes, capaces de contenerle, pero hay uno que es capaz de enfrentarlo y atender debidamente las peticiones, exigencias y reclamos de los justiciables, esa institución es el Poder Judicial, encarnado en los conscientes jueces.
El juez, con apoyo de los litigantes, el legislador, la defensoría pública y privada, así como con la fiscalía y otros auxiliares de la justicia, [¿]es la Ultima ratio[?].
La jurisdicción del juez de la justicia vitalista se traduce en la boca que declara el derecho pacificador.
El derecho pacificador es ese derecho cargado de humanidad, curtido de las desgracias del género humano, saneado y perfeccionado, por no decir purificado. En otras palabras, se trata de un derecho vital, que devuelve la paz a las personas y la sociedad. Un derecho transformador, que se opera por el juez vitalista en la vía positiva, en razón de que su fin es hacer justicia a los oprimidos, a los devastados y deshumanizados por las injusticias.
Pero cuando incluso el juez es impotente ante la descarnada banalidad del mal, ¿qué nos queda?
Como corolario, como enseñaban los grandes filósofos griegos, volvamos al origen de la sociabilidad: el ser humano es un animal político (Zoon politikón), sociable por naturaleza; no es ningún tonto ni mucho menos un Dios. En consecuencia, necesitamos que la sociedad, como también enseñan nuestros pueblos originarios con su sabia dialéctica conciliadora y sanadora, comience a resolver sus conflictos con una actitud y aptitud pacificadora.
La sociedad alerta es el juez de todos los jueces.
Quizás, de forma más latente, la justicia está en la sociedad y el derecho en el Estado. Y las injusticias como la ilegalidad, apelando a la historia, la experiencia y la realidad, brotan tanto del Estado fallido como de la sociedad degenerada.
¿A esta “mayoría de edad”, nos seguiremos dejando arrastrar hacia los Siglos de la humanidad deshumanizada? Brutal paradoja: “soluciones necróticas” y “preguntas vitalistas”. Entre los dos polos, el término medio [In]Justo: la pulsión de sangre por filosofar en clave infrarrealista, entre la necrótica y el vitalismo, entre la claridad de la vida y la obscuridad de la muerte.
Marcos Geraldo Hernández Ruíz
Imagen de la cabecera de Marta Garrote Ordeig y Aina Oliver Caldes. Tomada de: https://atlas.gechem.org/index.php